La noción de sistema social tuvo su apogeo en
un primero momento gracias al funcional-estructuralismo de Talcott Parsons, con
su versión de sistema funcional universal-positivo, es decir donde existen
principios funcionales positivos (normas) que deben acatarse y donde los que no
se adaptan a la regla son deslegitimados y considerados disfuncionales. Este
concepto de sistema social como algo que debe moldear, dirigir, coartar a los
individuos permea hoy en día las diversas estructuras sociales como la
económica, la política y la jurídica en todo occidente, claro en sus variadas
formas y por supuesto siendo unos más funcionales que otros. Robert Merton
discípulo de Parsons se dedicó a cuestionar el hecho de que los sistemas sociales
fueran necesariamente positivos y funcionales, declarando que eso posiblemente
suceda en sociedades pequeñas primitivas pero no en las sociedades grandes y
complejas. Merton acuña el concepto de disfuncionalidad, probando así que los
sistemas sociales también tendrían
consecuencias negativas para los individuos dependiendo de su posición
social, etnia o género. Sin embargo el
pensamiento hegemónico a nivel mundial sigue tratando de imponer la noción de
un orden universal positivo que debe ser impuesto por parte de las
instituciones. El carácter restrictivo de esta visión irrumpe con la democracia
como tal, ya que no da cabida a alternativas, excluyendo y desvalorizando lo
diverso siempre con el objetivo de mantener el orden (para unos cuantos). A
pesar de que Merton indico que los sistemas sociales son más complejos, se
dividen en subsistemas y que sus consecuencias pueden ser negativas, hoy en día
vivimos en un darwinismo social, donde sigue prevaleciendo la ley del más
fuerte, esto está impreso por supuesto en el espíritu de instituciones e
individuos (adaptados a la norma).
Uno de los subsistemas que restringe
fuertemente las interacciones entre hombres y mujeres es el sistema de género predominante
en Latinoamérica. El sistema de genero se considera como el conjunto de
actitudes, creencias, posturas y estereotipos que definen los roles y
comportamientos legítimos dentro del sistema social. Lo que está más que
probado por los estudios de género es el sinnúmero de conflictos y
contradicciones que produce, es decir el sistema de genero es disfuncional
debido a que no es acorde a su tiempo y espacio, la identidad de género que son
las percepciones de los individuos sobre sí mismos como sujetos sexuados, es
moldeada por los esquemas mentales que se interiorizan a través del sistema de
género (hegemónico) institucionalizado. Hoy en día en México seguimos el
paradigma tradicional de Parsons que excluye a los que no son funcionales al
sistema, utilizando mecanismos restrictivos de género para los individuos
considerados disfuncionales como la violencia de género (física o simbólica),
la estructura jurídica desigual, la exclusión de mujeres del mercado laboral, la
homofobia, el sexismo y la deslegitimación como castigo social, entre muchas
más.
El hecho de que el sistema de género sea
desigual tiene un objetivo claro, mantener el orden social, el problema es que
ese orden social ya no es el mismo de los 40´s, ya no estamos en la época de la
posguerra, los cambios históricos nos exigen adaptarnos a nuevas formas de
entender y practicar el género. Hoy en día la mujer tiene nuevas aspiraciones, sus
prácticas sexuales son más abiertas y flexibles, desean estudiar un posgrado,
viajar por el mundo o no tener hijos, desean vivir solas, ser productivas, libres
y autónomas. El problema es que el sistema de genero hegemónico se dedica a censurarlas,
restringirlas y castigarlas socialmente, del mismo modo los hombres nos vemos
forzados a reproducir el estereotipo oficial del hombre poderoso, proveedor,
frio, sin sentimientos, se nos exige casarnos y formar una familia, se nos
exige ser guapos, altos y fuertes en un país donde la mayoría no lo somos, se
nos exige a los hombres ser promiscuos y tener muchas parejas sexuales cuando
muchas mujeres lo que buscan es un príncipe azul que les sea fiel para toda la
vida. Esto quiere decir que el sistema de género legítimo está plagado de
disfunciones, contradicciones, conflictos de todo tipo. Lo ideal sería
replantearlo, reestructurarlo, hacerlo lo más funcional posible. Sin embargo el
sistema de género en México dista mucho de encaminarse en ese sentido debido a
la plutocracia que dirige el país. Los cambios concretos que exigen los
colectivos LGTB & FEMINISTAS es básicamente el poder de decisión sobre su
cuerpo, y eso implica la noción de libertad y democracia, la postura es
precisamente que una mujer puede decidir abortar si lo cree conveniente o no,
que decida si quiere casarse o establecer otro tipo de relaciones de pareja, así como un transexual desea caminar por las
calles sin ser castigado socialmente. Podríamos pensar que esto ya es posible,
pero si partimos del principio de inclusión y bienestar social para todos la
realidad es que solo es posible para ciertas personas con un status social
elevado, sobre todo con capital económico alto. Otro factor considerable es la falta de dialogo reflexivo entre
géneros no solo de la diversidad (LTGB) sino entre género masculino y femenino.
Existe una dualidad donde al hombre se le atribuye el papel activo-productivo y
a la mujer el papel pasivo-reproductivo, por lo tanto la mujer sigue estando un
escalón abajo en la escalera del status social ya que al hombre se le atribuye
el papel “importante” en sociedad como la política, las leyes y el sector
empresarial, mientras a la mujer se le atribuye el papel secundario mejor
conocido como espacios privados (el hogar, la familia, el chisme entre amigas y
el ser bellas). No estoy diciendo que todos/as los varones y féminas heterosexuales
se adapten a esta identidad estereotipada sino que más bien son bombardeadas
con estas representaciones por parte de las instituciones hegemónicas ya
mencionadas al principio de este ensayo. Por ende en una estructura social
(como la mexicana) que castiga y deslegitima a lo que no se adapta la norma
tendera a reproducir socialmente estas identidades hegemónicas causando en su
propia génesis la desigualdad.
La propuesta en este sentido tiene que ver
precisamente con la forma en cómo definimos un sistema igualitario, si bien las
instituciones en México y Occidente tienen desde sus preceptos el enfoque de
bienestar social y democracia, en la práctica cotidiana del genero, no está
sucediendo a gran escala, sino en ciertos grupos minoritarios que se involucran
en los estudios de género como los colectivos ya mencionados (LGTB, Feminista,
Masculinidades). El paradigma de las masculinidades o estudios del hombre
propone precisamente un cambio en nuestras actitudes, posturas, creencias, valores
y prácticas con el objetivo preciso de evidenciar la desigualdad de género pero
sobre todo visibilizar los conflictos que produce en los hombres. El hecho de
que como hombres se nos pida ser exitosos, guapos, altos, fuertes, fríos, racionales
y con capital económico de entrada es un conflicto subjetivo, ya que es casi
imposible para cualquier hombre cumplir con todos esos mandatos divulgados
socialmente, sobre todo por los medios de comunicación hegemónicos (televisión,
cine, revistas, moda). De entrada cualquier varón considerado dentro del marco
LGTB se convierte en disfuncional dentro del sistema legítimo ya que no existe
como tal una inclusión y más bien se encuentran en una posición de lucha y
resistencia. Ahora dentro del plano de varones y féminas heterosexuales se podría
pensar que hay una igualdad jurídica-democrática, sin embargo en la práctica
cotidiana es mucho más complejo y pocas veces es visible. El imaginario
colectivo sigue siendo dominado por los estereotipos tradicionales de género,
sigue existiendo una brecha de género importante donde el hombre sigue saliendo
vencedor. Según el Inegi en 2006 el 61% de las mujeres mayores de 15 años en Jalisco
sufrieron algún tipo de violencia de género (comunitaria, intimidación, abuso
sexual, física, psicológica). La intención de este trabajo no es inclinar la
balanza de un lado o de otro sino mas bien equilibrarla, es una realidad que
los hombres gozamos de más beneficios dentro del sistema social (mejores
salarios, toma de decisiones, participación política). La desigualdad de género
comienza desde el lenguaje, nuestro español mexicano está plagado de cientos de
connotaciones negativas cuando se trata de las mujeres (vieja, morra, güila,
perra, puta, nena, mami, ruca, mujerzuela) por mencionar algunas, cuando para
el hombre son casi inexistentes por lo menos de ellas hacia nosotros, inclusive
las palabras cabrón, chingón, perro, padre, padrino, jefe, patrón, hermano,
carnal, etc. Tienen en la mayoría de la veces (dependiendo del contexto) connotación
positiva o de logro. Aquí lo interesante será indagar en lo sutil, lo que
Foucault llama la violencia simbólica, es decir esa parte imperceptible,
naturalizada, normalizada tanto en el lenguaje como en las prácticas cotidianas
que dominan y coaccionan casi siempre a la mujer sin que ella propiamente se dé
cuenta. De nuestro lado (masculino) también somos coaccionados en el sentido de
que al no cumplir los mandatos sociales del hombre macho perdemos status y legitimación.
Si una mujer (personalmente) me interesa y deseo establecer una relación de
pareja legitima como el noviazgo heterosexual ella misma buscara los atributos
que dan status y legitimación a ese perfil de novio, si ella considera que no
los cumplo por ende cometerá un acto de discriminación sin siquiera saberlo. Esto
asumiendo que la toma de decisión sea autónoma, sin embargo al estar rodeada de
sus grupos de pares, si ella decide consultar su decisión con estos mismos
normalmente los estereotipos hegemónicos del género volverán a incidir en su decisión
a través de las informaciones que recibe (de sus amigas, padre, madre,
hermanos, hermanos, conocidos, etc.)
Para concluir y no ser reiterativo quisiera
proponer como estudiante de las ciencias sociales que nuestro papel de actores
es determinante para poder siquiera pensar en una transformación de corte
igualitario, donde mujeres y hombres heterosexuales o no podamos vivir el
bienestar social y subjetivo que nos merecemos sin hacer jerarquizaciones de género
y sin violentarnos los unos a los otros. No se trata de que seamos iguales como
individuos sino de que todos tengamos los mismos derechos y garantías individuales
no solo en la teoría sino en la práctica, desde mi postura (socio-constructivista)
considero que el bienestar afectivo-sexual-social-económico es un derecho para
todos y todas por lo tanto debemos reducir la brecha de género en todos sus
aspectos desde los más sutiles y simbólicos hasta los más visibles como la
violencia física y asesinatos, no solo para ejercer nuestros derechos sino para
potencializar nuestras identidades y hacerlas acordes a nuestro contexto histórico.
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