En esta ocasión me daré a la tarea de analizar desde una perspectiva “compleja”
la serie de procesos que involucran el aseo o limpieza de mi hogar. Sobra decir
que no solamente el número de agentes que intervienen en este proceso sino
también la naturaleza de sus respectivas relaciones de convivencia influyen de
manera significativa para la consumación de dicha actividad. No es lo mismo
mantener el orden y la limpieza de un hogar compuesto exclusivamente por
estudiantes universitarios que el de una familia tradicional integrada por
padres e hijos. Incluso pueden presentarse diferencias significativas a partir
de la capacidad económica de los agentes que intervienen en dicho proceso. Y,
como acertadamente señala la investigadora Pierrette Hondagneu-Sotelo, esta
actividad que es aparentemente simple, entraña una serie de procesos que requieren
de la aplicación sistemática de saberes –predominantemente de corte empírico- y
la organización racional de agentes que comparten un espacio vital –el hogar.
Es por ello que el estudio de las actividades domesticas, específicamente las
que conciernen al aseo y/o la limpieza, pueden ser objeto –y en realidad lo
son- del análisis de la complejidad.
Pero lo que interesa llevar a cabo en este ejercicio es una descripción de
cómo es que en lo particular hacemos frente a esta situación: el aseo
domestico. Antes de pasar a enumerar el conjunto de actividades que integran el
aseo de mi casa considero necesario hacer algunos breves comentarios en torno a
mi familia, es decir, en torno a aquellos con los que comparto el hogar. En mi
casa habitamos tres personas: mi pareja, mi hija y yo. Mi pareja y yo además de
ser estudiantes, ella de artes escénicas y yo de ciencias sociales, somos
empleados. Nuestras ocupaciones laborales las llevamos a cabo en la mañana -de
lunes a viernes- mientras que nuestros estudios los realizamos por las tardes.
Mi hija de apenas dos años y medio asiste por la mañana, desde hace un año, a
la guardería. Por las tardes una de mis hermanas la recoge y la cuida en
nuestra casa hasta que alguno de los dos, mi pareja o yo, llega para relevarla.
Aproximadamente dejamos nuestra casa a las 7.30am y volvemos hasta las 8.00pm.
El tiempo restante, de las 8pm a las 10.30pm lo empleamos para la preparación
de los alimentos que comeremos al día siguiente, para preparar la ropa que
utilizaremos –en lo particular y también de mi hija- y además para asearnos y
realizar tareas escolares. Los fines de semana no laboramos ni acudimos a clases
-aunque esto puede cambiar de semestre a semestre. Y es precisamente en los
fines de semana que nos volcamos a realizar el proceso de limpieza de nuestro
hogar.
Cabe señalar que la forma de organización y los saberes necesarios para
efectuar la limpieza del hogar han ido cambiando conforme pasa el tiempo. El
primer obstáculo que hemos tenido que afrontar no sólo es la falta de tiempo
sino la caracterización de los roles de género. En un principio, antes de que
mi hija entrara en escena, mi pareja y yo habitábamos una casa que compartíamos
con otros estudiantes universitarios. Las áreas comunes eran aseadas por una
señora que nos visitaba por lo menos dos veces al mes; evidentemente el pago
por sus servicios era costeado por todos los que allí vivíamos. El aseo de
nuestra habitación recaía sobre nosotros mismos. Como desde entonces mi pareja
y yo estudiamos y trabajamos, gran parte del día la pasábamos fuera de la casa,
lo que originaba que ensuciáramos muy poco. Además, escasas eran las ocasiones
en que preparábamos alimentos y comíamos en nuestra casa. Las más de las veces comíamos
en la calle o en la universidad. Todo cambió cuando decidimos hacernos padres.
Lo primero que tuvimos que hacer fue encontrar una casa; era evidente que no podíamos
permanecer por mucho tiempo con los roomies.
Los gastos inherentes al nacimiento de un hijo, los costos de arrendar una casa
entre dos personas, aunado a nuestros limitados sueldos como estudiantes, nos
orillaron a reformular nuestro estilo de vida a una forma un poco más económica. Fue precisamente en este
momento que se hicieron manifiestos los roles de género. Tanto ella como yo
teníamos ideas bastante dispares de lo que era ser padres. En lo particular,
vengo de una familia tradicional: el padre que se va a trabajar y la madre que
cuida del hogar.
Al comenzar nuestra vida como padres asumí que mi pareja iba a hacerse
cargo de forma exclusiva de las cuestiones del aseo. Ya avanzado su embarazo, dejó
de laborar y de acudir a la universidad, situación que le permitió tener tiempo
libre. Por aquel entonces tuve que tomar dos trabajos y seguir con mis
estudios. Supuse que por tener más tiempo y estar en la casa mi pareja llevaría
a cabo todas las actividades domesticas; pero no fue así. Inmediatamente
salieron a luz discrepancias en torno a la realización de las actividades.
Aunque tenía todo el tiempo para realizar todas las actividades domésticas
consideraba injusto tener que realizarlas sola. Poco a poco fuimos conciliando
nuestros temperamentos y negociamos puntos de acuerdo que nos permitieron
realizar tan importante tarea: hacer el aseo.
Tras el arribo de mi hija y el restablecimiento de nuestros deberes las
complicaciones volvieron. Ahora a la limpieza ordinaria había que añadirle la
que derivaba del cuidado de un bebe. Además, el retorno a nuestras actividades
y la nueva situación nos obligaron a reconsiderar nuestros deberes en el hogar.
Sin embargo, los roles de género seguían muy presentes. Actividades
aparentemente sencillas como sacar la basura eran atribuidas al “hombre” de la
casa, mientras que barrer y trapear a la “mujer”. Lavar el baño, barrer la
azotea, limpiar las escaleras, lavar los utensilios de cocina utilizados para
la preparación de alimentos, limpiar los electrodoméstico –los cuales tienden a
ensuciarse rápidamente-, lavar la ropa de la bebe y la propia y muchas otras
actividades no podían ser asignadas simplemente por nuestros presupuestos y/o
ideas en torno a los roles de género: la organización y designación de
actividades debía de ser lo más justa y utilitaria posible.
Es precisamente en este contexto en el que llevo a cabo mis obligaciones de
limpieza doméstica. Ahora me daré a la tarea de responder a las preguntas formuladas
por el profesor:
Las actividades están divididas en dos rubros: las que superficiales y las
profundas. Las superficiales son aquellas tareas domésticas que deben de
realizarse al momento de ensuciar o desordenar: tender la cama, trapear la zona
de baño, tirar la basura en su lugar, lavar los platos utilizados para la
comida y poner en su respectivo sitio todas aquellas cosas que se han utilizado
en el día. Las profundas se dejan para el fin de semana e incluyen: sacudir,
barrer y trapear la sala, el comedor y las habitaciones; barrer y trapear
pasillos, escaleras y azotea; lavar ropa –propia y de la bebe-; sacar la basura;
lavar todos los utensilios de cocina acumulados por el uso semanal.
Casi todas las actividades las llevamos en conjunto, es decir, mientras uno
barre el otro trapea; si uno barre la azotea otro barres las escaleras, etc.
Sin embargo hay actividades que hacemos de forma individual. Específicamente cada
quien lava su propia ropa. Por lo regular mi pareja lava la ropa de nuestra
hija y yo lavo las colchas y toallas. Además, ambos estamos al pendiente de que
los recursos necesarios para el aseo estén disponibles. Una vez por semana
realizamos las compras de víveres y recursos en el tianguis de la zona. Casi
siempre nos rolamos por semana la ida al tianguis –amenos que alguna
eventualidad imposibilite a alguno de los dos.
Debido a nuestro ritmo de vida sabemos que es prácticamente imposible
mantener la casa en perfecto orden. Es por ello que dividimos las actividades
en función a nuestra disponibilidad. Tratamos de no ensuciar y desordenar mucho
en la semana para que el fin de semana se reduzcan al mínimo las actividades de
limpieza.
Hasta aquí he dejado más o menos claro cómo es que llevo a cabo la limpieza
de mi casa. Omito comentarios en torno a ciertas preguntas pues en mi situación actual resultan simplemente intrascendentes –hablo aquí específicamente de la décima
pregunta.
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