martes, 26 de mayo de 2020

Ante lo desconocido


Ante lo desconocido
(ensayo final)
Universidad de Guadalajara: Lic. en Sociología
Isaac de J. Palma Córdova
20-05-20


Creativity plays with the unknown. No strategies exist that can enclose the endless realm of the new. Only trust in yourself can carry you past your fears and the already known.



Aquí tienen un ensayo más para el objeto deseado de la ciencia. Una ofrenda. Pero, digámoslo sencillo: el propósito de este ensayo es conceptualizar lo desconocido. Dar ideas, palabras, un breve discurso de lo indecible.  ¿Por qué? Pues era necesario ¿Necesario para quién? Para mí, un ser que vive recorriendo el bosque de lo desconocido, o bien, alguien que no se conforma lo conocido.  Debe haber más por ver.  Me he dado la enredosa tarea de expresar algo sobre el desconocimiento, y en medida en que lo reflexiono, parece que consiste en una reducción. Una forma de rechazo a la verdad, que tiene el potencial de convertirse justamente en lo contrario.


Mi intención es analizar lo desconocido para subvertir su significado. En otras palabras, no queremos descubrir lo desconocido, sino, por lo contrario, construir desde y con lo desconocido.  La diferencia sustancial entre “la verdad por alcanzar” y “la verdad revelada”. Aquí nos inclinamos por la segunda, sin olvidar la primera.   Para explicar de manera más detallada lo que aquí se expresa, primeramente, realizaremos una breve introducción al concepto trazando unas líneas de nuestra situación moderna. Posteriormente, revisaremos la propuesta de Edgar Morín, que mantiene, a través del concepto de complejidad, supongo que existe cierto paralelismo con el desconocimiento. Después y  a partir del punto anterior, se expondrá el concepto de desconocido como punto situacional desde el cual se comprende la realidad. De manera conjunta al punto anterior, y para finalizar el ensayo, se explicará la aplicación de lo desconocido dentro de la sociología y como postura política dentro de la ciencia que funge como perpetua apertura la verdad.


La modernidad y lo desconocido


Primero una imagen para introducirnos a lo desconocido: En 2014  se estrenó una miniserie animada titulada Más allá del jardín (Over the Garden Wall) creada por Patrick Mchale, escritor y guionista estadunidense, producida por Cartoon Network. Expreso que es una animación brillante, de la cual no hablaremos en esta ocasión. Sin embargo, me gustaría rescatar la imagen que nos proporciona el título de la miniserie: el jardín es el espacio del juego de un niño, es el límite de las casas,  ahí pasamos horas en nuestra infancia, el jardín siempre al borde con lo exterior, como la frontera de lo conocido, el mirador al mundo. Esto solo evoca una pregunta: ¿Qué hay más allá del jardín?


Generalicemos: durante el oscurantismo (dark ages) ya vivíamos en el jardín, disfrutábamos de él pero no podíamos hablar de él sin recurrir a Dios. Lo cual distanciaba gravemente a los sujetos del entendimiento de su realidad. Con el renacimiento, el realismo se hizo presente y se puso una sola tarea, estudiar el jardín, y claro que al estudiarlo se encontraron que era mucho más grande de lo que se creía. Todo iba muy bien, fueron años prósperos de juegos y experimentación en el jardín, una era utópica había sido profetizada. Se hizo de la matemática una lengua universal y el domino de la naturaleza fue prometido:

“El desarrollo mismo de la ciencia física, que se ocupaba de revelar el Orden impecable del mundo, su determinismo absoluto y perfecto, su obediencia a una Ley única (…)” (Morin, 1998, pág. 18)

            Al olvidar la amenaza del castigo divino, solo quedaba el hombre con el hombre --y las cosas-- causo el nacimiento de una ley (supuestamente) positiva y un Estado moderno que regulará el jardín. Un aparato de vigilancia y castigo que regulará a la conducta de los hombres  por los hombres, el abandono de la idea del alma, y una “humanización” de los formas de coerción. La aspiración de un sistema totalizante, y que por lo tanto se pueda poseer y controlar, se convierte más en una realidad que se debe construir y todo esfuerzo humano se debe sumar al progreso.


En un par de siglos habríamos transformado por completo el jardín, o bien, al menos, habríamos transformado nuestra visión de éste.  Pero el conocimiento siempre tiene su contra parte el desconocimiento. El Garden Wall es ese límite que le permite a ser humano jugar a ser el rey del universo dentro de su jardín (aquí la raíz de nuestro, aún muy vigente,  antropocentrismo). Lo desconocido siempre ha estado presente, pero como algo a superar: la modernidad es la promesa de acabar con lo desconocido. El conocimiento de todo.

Ahora, observemos brevemente la siguiente cita, donde el bosque de lo desconocido se hace presente:

“Resulta una gran verdad que el destino es una ley cuyo significado se nos escapa. Porque nos faltan una inmensidad de datos.” Ferdinand Galiani

Aquí una vez más, aunque aún muy general, se expone el carácter de la modernidad. Donde no se niega lo desconocido, no se rechaza la parte el hecho de que exista un desconocido, sino que reconociéndolo es algo que nos mantiene incompletos, algo que nos falta. Pues pareciera que esa ardua labor de la humanidad es combatir la incertidumbre que provoca el desconocimiento: el futuro es la justa imagen de lo desconocido.  Pero esta mirada, hacia lo que falta por saber, es realmente la apertura a la complejidad y por lo tanto a lo desconocido.


Ante la crisis de 1900, la modernidad empezó a tambalear: la mathesis universalis, estaba perdiendo su universalidad. El “orden” del cosmos empieza a tambalear desde la ciencia, desde la teoría de la relatividad de Einstein al fracaso Frege[1], la racionalidad occidental caracterizada por la ideas de progreso, orden y dominación de la realidad comienzan a cuestionarse[2]. Aquí la caída del imperio de  la búsqueda- la ley universal. En resumen, Estábamos muy tranquilos al interior del jardín, pero resulta que el jardín no era ni siquiera una milésima parte del bosque. 


A finales del siglo XX, habiendo sufrido dos guerras mundiales y la caída del comunismo[3], el conformismo realista sustituyo el mito del progreso. De hecho, la el desgarre de la idea del progreso fue más evidente, cuando en lugar de construir –“lo que sea”-- nos destruimos.  El jardín ya no era más una promesa, sino un habitáculo duro como el hierro del cual no podríamos salir.   Una vida seca, sin ilusiones, pero al mismo tiempo llena de temores.


Ahora,  después de dos décadas del inicio del nuevo milenio el estado de confusión es prominente. Una era de incertidumbre se desborda en distintas áreas del conocimiento (la economía ha tenido dos recesiones globales, la política resulta radical e impredecible, incluso la física no ha podido superar el impasse  cuántico, la medicina se encuentra en una crisis administrativa y con el incremento de probabilidades de las pandemias) y los movimientos anti-sistémicos son apenas pequeños a lado de la maquinaria moderna de occidente. Además, el siglo se torna oscuro ante la crisis climática que anuncia la comunidad científica, que si  50 años antes estos mismos nos anunciaba los autos voladores, ahora nos proclaman el apocalipsis.  


Supongo, y esta es mi hipótesis principal, que estamos ante el bosque de lo desconocido, hemos saltado el Garden Wall. Tenemos opciones: tratar de acabar con la incertidumbre e inclinarnos por realizar conjeturas deterministas e ilusorias, o bien, superar nuestra faceta racional positiva y darle pasó a la complejidad, y por lo tanto, estar dispuestos a lo desconocido. Lo cual, siempre nos implicará una acción inacabada y situacional, pero perennemente abierta a la verdad. 


Para eso, valdría la pena escuchar a Edgar Morín que con su pensamiento complejo[4], que abre la puerta a un paradigma distinto de abordaje de la realidad. Lo que tenemos hoy (o al menos, lo que deberíamos de reconocer) es un mundo complejo, que exige una epistemología de la complejidad. Para continuar con la metáfora del jardín, habría que pensar este siglo como la destrucción del muro del jardín, un punto sin retorno para la ilusión de la modernidad, el abandono de la idea de poder cercar el resto del bosque y creer que lo podamos llamar jardín.

Epistemología de la  complejidad o el punto sin retorno


Morín enuncia lo que ya advertíamos pero negábamos con el muro: La realidad.  La realidad se escapaba de los muros del jardín, su complejidad desbordaba nuestra ley universal con la que creíamos que operaba el cosmos.  Es decir, que la realidad parecía ser un mucho más compleja de lo que creíamos que era. Surgen, entonces, un par de preguntas pertinentes: ¿Qué significa que algo sea complejo? Y a todo esto de la apertura a la complejidad ¿Dónde queda lo desconocido? Para está sección contestaremos a ambas preguntas, tratando colocar nuestro pensamiento over the garden wall.  
Ahora, seamos directos:

¿Qué es la complejidad?” –Se cuestiona Morín– “A primera vista la complejidad es un tejido (complexus: lo que está tejido en conjunto) de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados: presenta la paradoja de lo uno y lo múltiple. Al mirar con más atención, la complejidad es, efectivamente, el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo fenoménico. Así es que la complejidad se presenta con los rasgos inquietantes de lo enredado, de lo inextricable, del desorden, la ambigüedad, la incertidumbre...” (Morin, 1998)

Pero atinadamente agrega:

“De allí la necesidad, para el conocimiento, de poner orden en los fenómenos rechazando el desorden, de descartar lo incierto, es decir, de seleccionar los elementos de orden y de certidumbre, de quitar ambigüedad, clarificar, distinguir, jerarquizar... Pero tales operaciones, necesarias para la inteligibilidad, corren el riesgo de producir ceguera si eliminan a los otros caracteres de lo complejo; y, efectivamente, como ya lo he indicado, nos han vuelto ciegos.” (Morin, 1998)

Esta primera cita engloba lo ya revisado en el apartado anterior, y bien, responde a nuestro primer interrogante.  Entonces, acatar la complejidad radica en admitir lo que previamente se rechazaba: desde las paradojas,  el azar, el dinamismo de los fenómenos, la multiplicidad de lo que compone la realidad,  la incertidumbre de las proyecciones sobre nuestro futuro, la imposibilidad de determinar; la configuración singular de cada uno de los instantes de nuestra vida e incluso también a la recuperación de sabidurías marginalizadas.  
Al mismo tiempo se advierte que el proceso de la modernidad nos había cegado. El  gran edificio de la humanidad, la ciencia, que fue candil en los tiempos de tinieblas, también había sido promoción de un nuevo telón que cubría la realidad. Digamos, pues, que fue un doble proceso de iluminación y oscurecimiento: iluminación de una realidad simplista, consecuencia de la tradición nominal, pero a la vez, oscurecimiento de una realidad compleja, dinámica y cambiante.


Es claro que la complejidad se veía desde el jardín, pero como algo que eventualmente se superaría a través del estudio (siempre reduccionista) de la ciencia. De hecho, si observamos el término en latín complexus (tejido en conjunto) podríamos terminar pensando que la complejidad aumenta composición, las interconexiones e interdependencias de la realidad, pero que últimamente su tejido se puede terminar por explicar. Creo, por ello, que el elemento de lo desconocido es un fundamento para la epistemología de la complejidad, que en lugar de cercar el pensamiento siempre le exige apertura a algo más,  pero lo explicaré con mayor detalle en los siguientes párrafos.

Habría que crecer, para poder jugar fuera del jardín, “ser niños grandes” ante el desafío de la complejidad.  ¿Qué debemos reconocer, entonces?  ¿Qué es lo complejo de nuestra realidad?:


En primer lugar, tendríamos que afirmar, y retomando esta imagen del tejido en conjunto, que “nada está realmente aislado”, todo está en relación. Por ende, también, considerar "Todo está en todo y recíprocamente", o en otras palabras, que “el todo está en la parte” y que la parte forma el todo en su singularidad (véase aquí lo paradójico del pensamiento complejo, que igual será reflejado en los siguientes puntos). (Morín, s.f.)


Un segundo principio del pensamiento complejo podría ilustrarse mejor con una cita de la obra maestra desconocida, de Balzac, donde los protagonistas hablan de una pintura: “¡Rigurosamente hablando, el dibujo no existe! ¡No se ría, jovencito! La línea es el medio gracias al cual el hombre se da cuenta del efecto de la luz sobre los objetos; pero no existen líneas en la naturaleza, en que todo está lleno: es modelando como se dibuja, es decir,  como se separan las cosas del ambiente en que se hallan, dándole apariencia al cuerpo con la distribución de la luz. Por eso, no detuve los lineamientos, esparcí sobre contornos una nube de  medias tintas rubias y cálidas que no pueda con precisión poner el dedo sobre el lugar en que los contornos se encuentran con los fondos” (2018, pág. 31).  La naturaleza sin líneas, es opuesta a nuestra racionalización que todo lo separa. Debemos cuidar “nuestro pensamiento es disyuntivo y, además, reductor”. (Morín, s.f.)


Una tercera afirmación, nos aconseja observar el desorden dentro de la composición de la realidad, a diferencia de la postura de la modernidad que buscaba la respuesta a un presunto “orden universal”. De hecho, se inclina por mirar de frente, enfrentar el desorden y la incertidumbre. De aquí que el desconocimiento sea tan pertinente. (Morín, s.f.)


Para el cuarto punto, otra paradoja: “El todo, por lo tanto, es más que la suma de las partes. Pero al mismo tiempo es menos que la suma de las partes porque la organización de un todo impone constricciones e inhibiciones a las partes que lo forman, que ya no tienen entera libertad” (Morin, 1998).  De aquí que sea una maquina viva que en lugar de tener partes mecánicas que empiezan a morir desde el momento de su ensamble, reanima su totalidad con la muerte.  La sociedad es ejemplo perfecto[5]. (Morín, s.f.)


El quinto punto, considero que este resulta fundamental como crítica a “la objetividad científica”, radica en aceptar que no podemos separar la realidad de nuestras estructuras de conocimiento. Siempre estamos implicados: “en el proceso de medir alteramos lo que medimos, cuando uno mide, cuando uno observa algo lo modifica”, así lo expresa el físico cuántico, José Ignacio Latorre. Habría pues que superar la dicotomía objetivo-subjetiva, e insertarnos en un paradigma que se aleje de la supuesta mirada omnisciente. (Morín, s.f.)


La sexta indicación, tal como indica Morín para el estudio del hombre y los estudios de los hombres, es menester concebir al hombre multidimensional: biológica-cultural-individual-social. (De esto, las innumerables críticas a los economistas y su inexistente homo economicus). (Morín, s.f.)


Ahora, se nos sugiere que la complejidad se extiende a la política, siendo está una época planetaria una decisión local siempre traerá efectos en resto del tejido, y esos a su vez en distintos lugares. Las interconexiones se híper-sensibilizan, dadas las condiciones de la era de la información cualquier acontecimiento se sujeta a una posible inesperada reacción. La política está destinada a la complejidad. Lo cual exige una adecuación a las demandas de dicha realidad. (Morín, s.f.)


Una octava afirmación que tenemos alrededor de la complejidad, está fuertemente vinculado a la anotación anterior. Lo que sugiere es un quebrantamiento con la noción de causalidad: pues "la acción escapa a la voluntad del actor político para entrar en el juego de las inter-retroacciones, retroacciones recíprocas del conjunto de la sociedad”. La eficacia máxima solo se ve al inicio de su desarrollo, por consecuente,  las últimas consecuencias de la misma acción no son predecibles.  Cualquier proyección a futuro se desbaratara ante los acontecimientos paralelos. Por lo tanto, los programas, mecánicamente estructuradas resultan inútiles. (Morín, s.f.)


Finalmente, como una novena consideración que nos vincula a una teoría situacional, es la aceptación de que el pensamiento complejo no es la última palabra, al contrario, es una fase inicial. Dejemos la conclusión al mismo Morín: “Concluyo diciendo que el pensamiento complejo no es el pensamiento omnisciente. Por el contrario, es el pensamiento que sabe que siempre es local, ubicado en un tiempo y en un momento. El pensamiento complejo no es el pensamiento completo; por el contrario, sabe de antemano que siempre hay incertidumbre. Por eso mismo escapa al dogmatismo arrogante que reina en los pensamientos no complejos. Pero el pensamiento complejo no cae en un escepticismo resignado porque, operando una ruptura total con el dogmatismo de la certeza, se lanza valerosamente a la aventura incierta del pensamiento, se une así a la aventura incierta de la humanidad desde su nacimiento. Debemos aprender a vivir con la incertidumbre y no, como nos lo han querido enseñar desde hace milenios, a hacer cualquier cosa para evitar la incertidumbre”. (Morín, s.f.)


Digamos aquí, entonces, que tenemos un panorama extenso del bosque, líneas, instrucciones, una descripción que en una palabra se define como complejo. Sin embargo, mi propuesta es lo desconocido, elemento vigente en todos los anteriores puntos, que supongo yo que es fundante para el pensamiento complejo. Me parece justo conceptualizarlo y distanciarlo de lo complejo (aunque reconozco que desde la propuesta de Morín lo contempla, más me parece que no lo llega a significar, se presenta de manera tacita).  Por eso resulta tan pertinente preguntarnos ¿Qué es lo desconocido?  Y bien, ¿Dónde queda ante la complejidad? Responderé a la segunda pregunta, antes de conceptualizar lo desconocido.


Parece ser que lo desconocido y lo complejo, pudiesen ser la misma cosa, al menos en su uso recurrente: “es una situación compleja”, “me es desconocido”, “que complejo” “es desconocido”. Finalmente, como adjetivo, lo complejo y lo desconocido son realmente ambiguos.  No se dice mucho del sustantivo que supone describir, es más una advertencia que indica cierta dificultad para comprender o realizar cierta tarea.  Es aquí donde creo que Morín no me parece tan preciso, dado que donde él diría que “la complejidad es (…) el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo fenoménico”, yo agregaría que nuestra realidad siempre contiene el elemento del desconocimiento. 

Considero que resulta más diáfano en mi siguiente observación. En el modo verbal, hay una gran diferenciación entre complejizar y desconocer: Complejizar refiere más bien a la acción de contemplar o abarcar más cosas. Mientras que desconocer es simplemente no saber. He aquí mi propuesta paradoxal: Desconocer es saber que no se sabe.  Pues para Morín la complejidad suma elementos que, exigen una adecuación que abarqué más elementos y dinamismos intrínsecos de la realidad, pero, sugiero, que deberíamos incluir los no-elementos, los no-saberes, lo que no es. No solo lo decible sino lo indecible, lo que se escapa, desborda y supera toda racionalización.

No quiero decir que la epistemología de la complejidad no lo contemple, pero no le da tanta centralidad. Por lo que quiero enfocar y tratar de pensar este componente de la realidad compleja.

Ahora que estamos en el bosque habría que habitarlo, aceptando sus dificultades pero entregándonos a su encanto.

Pensar lo desconocido

Como ya dije, tenemos en desconocer un “verbo negativo”. Tampoco se trata de deshacer lo conocido, más bien se presenta como un estado. Siendo metafóricos --y es justo serlos— lo desconocido es un lugar que se habita, por lo que, pudiéramos decir que desconocer es habitar lo desconocido. Pero, seamos más claros: desconocer es no saber, no conocer, no entender, es la acción límite de la razón.

Entonces, necesitamos también decir que al hablar de lo desconocido estamos hablando de aquello que no podemos nombrar. De hecho, si somos críticos, es un intento de racionalización de lo que escapa de la misma racionalización. Si bien el hombre se dio cuenta, al inicio de la modernidad con los nominalistas, que podía nombrar, manipular, conocer y dominar la naturaleza a través de la razón, a su vez, la llegada del siglo XX nos frenó la carrera al ver que no podíamos nominar todo, mucho menos conocerlo. El punto paradójico sería pues que lo desconocido nos sirve designar lo que ininteligible. Es muestra recia de nuestra determinación por “encerrar” todo.

Sería bueno evocar a nuestro primer apartado, para recordar que hemos presenciado el  gran quiebre de la modernidad, el mito del progreso ha caído y el Dios-Ciencia luce inalcanzable. El sociólogo alemán Ulrich Beck[6] lo resume así: “vivimos en un mundo que escapa a todo control” (Thorpe, y otros, 2016, pág. 156). De modo, pues, que habitamos el bosque de lo desconocido.  Esta era se nos presenta con muchos y distintos nombres: posmodernidad, modernidad tardía, para el mismo Beck modernidad reflexiva. Más lo que tenemos en común es que vemos aquí, una transformación del pensamiento, que requiere de nosotros un cambio que contemple la complejidad de lo desconocido. Esto exige conceptualizar, en un sentido un tanto contrario pero nunca incompatible, lo desconocido. 

Por todo lo anterior, decimos que lo desconocido más allá que el límite de la razón es el componente de apertura de la realidad a algo más. Es decir, que no haya una última palabra, que nos exige una renuncia a última y única racionalización, que abre las puertas a la búsqueda de la verdad pues ésta nunca termina por ser enunciada. Esto es una mirada libertaria de la verdad por su sustancia desconocida. Una verdad no determinista, sino que inatrapable, desbordante, transformadora. Al borde de toda nuestra racionalización existirá algo sin contemplar, una reacción impredecible que dinamite todas las formas de entendimiento. Una experiencia siempre renovadora que desajusta toda determinación. Últimamente, queremos decir que conocemos que la realidad siempre contiene lo desconocido.

Para resumir, las palabras del filósofo Francés Alain Badiou:

 “Las verdades existen como excepciones a lo que hay. Admitimos por lo tanto que “lo que hay” –lo que compone la estructura de los mundos– es bien y verdaderamente una mezcla de cuerpos y lenguajes. Pero no es lo único que hay. Y las “verdades” son el nombre (filosófico) para lo que viene así a interpolarse dentro de la continuidad del “hay””. (Badiou, s.f.)


Con el fin de aclarar mi postura expreso que lo desconocido contiene verdades, y bien, que la verdad es desconocida. Y que por ello, este siglo nos orilla, si no queremos aferrarnos neciamente a un credo, a estar dispuestos a lo desconocido, y por lo tanto, a la verdad que todo lo transforma.


Ahora me gustaría hacer unas cuantas aclaraciones importantes:


No caigamos en un escepticismo de la derrota, del cual no se pueda enunciar nunca nada. Al contrario, se trata de estar parado en terrenos conocidos sabiendo que pudiesen ser débiles e inestables. Que si bien hoy algo sirve como base desde la que se enuncia, mañana no necesariamente lo será.


Otro punto, no menos pertinente, es que la visión causalidad, predominante en la ciencia, resulta artificial al igual que útil, en medida que nos permite explicar efectos y una cierta cronología de hechos y fenómenos que se secuencian. Ahora que si nos anclamos a un paradigma de causa-efecto, lo más probable es que anulemos la complejidad, y el devenir de lo desconocido. Por ello, creo que ante este paradigma explicativo causal, debemos ser cautelosos y afirmar ceteris paribus. Que finalmente es una advertencia del dinamismo de las variables exteriores al objeto que observamos.


También debemos que no es el abandono a la razón, es más el anuncio de los límites, la frontera, la exterioridad del jardín. Que por más que intentemos cercar el resto del bosque siempre habrá algo que quede fuera de nuestro jardín. Esto mucho menos quiere decir que reduzcamos nuestros esfuerzos por conocer el bosque, pero sí que abandonemos la idea en que algún día lo dominaremos. (Esto, a su vez, es un paso al abandono a nuestros fundamentos patriarcales de occidente).


Mientras que la verdad sea nuestro objetivo tendremos que admitir que nos hemos equivocado, nos estamos  equivocando y nos equivocaremos. Que nuestro pensamiento es el de un simple “mortal”, pero que con pasión se entrega a conocer todo lo que la vida le permite. Es volver al lugar humilde en el que se está dispuesto al otro, a la experiencia misma, a lo desconocido. De aquí que la expresión cristiana “la verdad nos hará libres” sea tan pertinente.


¡Enhorabuena aventureros! Nos hemos atrevido a salir de jardín y habitamos el bosque de lo desconocido. Habría pues que celebrar aclamando nuestra firme convicción en el devenir, en nuestra nueva fe: “¡pues bien, apretad los dientes, abrir los ojos, aplicad la mano firme al gobernalle! Nosotros navegamos en línea recta, por encima de la moral. Quizá tengamos que aplastar y romper lo que nos queda de moral[7] al aventurarnos por estos parajes, pero ¡qué importancia tenemos nosotros! Nunca se ha revelado todavía un mundo más “profundo” a la mirada de los viajeros intrépidos y aventureros”. (Nietzche, 2016, pág. 24)  


Sociólogos de la situación


Las ciencias sociales tienen un tiempo lidiando con la incertidumbre de lo desconocido. A diferencia de las leyes “universales” encontradas tempranamente en la física mecánica, que permitieron el avance acelerado de la industria y la tecnología, la ciencia social y especialmente la sociología no han contado con la misma suerte. Para ello sería bueno observar, de manera superficial, sus orígenes y algunos acontecimientos que marcan el desarrollo de la misma. Finalmente, propondré una ciencia de la situación, que nos coloque camino hacia lo desconocido.


En 1813, Henri de Saint-Simon llega la fortuita idea de una ciencia de la sociedad. En el mismo siglo, el filósofo francés Auguste Comte, impregnado de los ideales de la Ilustración, propone que “todas las ramas del saber debían adoptar los principios científicos y basar la teoría en la observación” caracterizado por el “afán de objetividad y del método científico” que sería el único que traería valides al conocimiento, en otras palabras, una ciencia positiva. A partir de dichos principios científicos, Comte desarrollaría lo que llamaría la física social que más tarde se convertiría en la sociología.


Pero al igual que los sociólogos contemporáneos, Comte ya advertía que la ciencia de la sociedad humana, o sociología, era sin duda la más difícil y compleja, y por lo tanto la reina de las ciencias” (Thorpe, y otros, 2016, pág. 23). Para este momento la sociología no termina por consolidarse completamente como ciencia, más el encuentro con lo desconocido se da casi en el mismo instante en que se empieza a pensar lo social.


Veinte años más joven que Auguste Comte, Karl Marx realiza uno de los estudios más significativos de la sociología[8], al analizar el capitalismo a través de la base empírica, abarcando sus impactos políticos, económicos y culturales.  Si bien, el capital (1867) tuvo un impacto sumamente representativo dentro de la ciencia social y en la historia, Marx realmente nunca tuvo intensiones de ser abalado como científico, tanto así que no dejo ningún manual metodológico destinado a dicha causa. Pero con su apasionado estudio, capturaba ya la genética compleja de la sociología.


Será entonces hasta principios del siglo XX, con Max Weber y Emile Durkheim que la sociología terminará por consolidarse como ciencia, principalmente gracias a Durkheim con su libro la reglas del método sociológico de 1895, consecuente de la teoría propuesta por Comte. Si bien, ya se había pensado la posibilidad de una sociología, no había un método que validará los estudios sociales. El enfoque positivista del francés, tomo técnicas e incluso teorías de otras disciplinas como la biología o la física para desarrollar el método dentro de la sociología. Basado, ante todo, en la evidencia empírica.  No obstante, Durkheim veía la necesidad de continuar desarrollando el método, pues la realidad lo demandaba. 


Ahora bien, a su vez el pensador alemán Max Weber le daba un enfoque completamente distinto a la sociología; éste iba a estudiar el sentido mentado de la acción; un paradigma comprensivo de la ciencia social, que lejos de realizar una explicación causal (erklaren) de las  acciones sociales, se orientaría por la cualidad (verstehen). Lo paradójico de este par sociólogos es que mientras uno hizo un gran esfuerzo por acercar a la sociología a la ciencia positiva, el otro, casi al mismo tiempo ya le estaba dando una vuelta de 180 grados a toda la disciplina (aunque claro Weber también fue muy tajante en su búsqueda por la objetividad) ¿Qué quiere decir esto?  Weber y Durkheim están ante una idea apenas consolidada que ya demanda ser compleja. No se ha podido hacer grandes estudios de la sociología y ya se está desbordando sobre sus fundamentos.


Hoy por hoy, gran parte sociología tiene una tendencia anti-positivista. Para la mayor parte de la sociología crítica ha abandonado la idea de una realidad regida por leyes universales. Como anunciábamos, el siglo XX ha venido a tirar la Historia, y con ello, el abandono del jardín. La sociología es una disciplina que ya ansiaba
 Por salir de él, se sentía encerrada, pues sus métodos siempre le exigen estudiar el bosque completo. La escuela de Fráncfort es un buen ejemplo.


¿Qué podemos observar aquí? La conformación de una ciencia que desde el primer día en ser pensada se ha topado con el garden Wall. Es decir, incluso en las miradas más optimista de la sociología como ciencia positiva se ha visto sumamente superada por su realidad. Lo cual nos ha llevado a ver la actividad sociológica como una tarea --deseablemente-- inacabable:  

La sociología es una actividad crítica, en la medida en que lleva a cabo una continua deconstrucción derridiana de la percepción de la realidad social (…).Donde difiere claramente de la crítica inspirada en la teología es en la ausencia de un telos pre-postulado: de un modelo de sociedad buena fijado previamente, y visto como un equivalente/sustituto  secularizado del “reino de Dios” al que aspira el reino de los hombres[9]. El solo atributo que la crítica sociológica (perpetuamente inacabada, al igual que el psicoanálisis freudiano, en principio inacabable) está dispuesta a añadir a esa sociedad buena es su persistente e invetero sentido crítico: su conciencia, perpetua, de que ninguna de sus formas actuales es bastante buena, esperando de cada una de ellas mejoras futuras. (Bauman, Hviid, & Tester, 2019, págs. 41-42) 

Lo que Bauman finalmente sugiere no está nada lejos de lo que Morín indica en su noveno punto sobre la epistemología de la complejidad. Lo cual está fielmente apegado a la disposición a lo desconocido, y por lo tanto, a la verdad. Lo cual es central en toda labor científica. Esto nos lleva a un momento de sintonía que considero que Miguel Benasayag captura muy bien en su teoría de la situación que podría justamente liberarnos del wall que nos hemos construido nosotros mismos durante la modernidad.


Para concluir, deberíamos recapitular de manera muy breve, afirmando que con el quiebre del mito de progreso nos hemos librado de cualquier pensamiento universal, en cambio, deberíamos decir que si no partimos de una unidad ontológica ningún pensamiento es posible. La teoría de la situación, contempla lo desconocido, como el punto de lo indecible presente en cada instante de nuestra existencia. (Benasayag, 1996, págs. 169-192) Para el sociólogo aplica lo mismo, “los elementos presentes y representados de la situación constituirán el universo en el que este hombre existe”. (Benasayag, 1996, pág. 172)Así pues, el sociólogo tratará analizar delicadamente los elementos que conforman una totalidad concreta, sabiendo pues que siempre será una imagen limitada, que habrá a su vez un elemento que se escape. Así como en la…


 “América precolombina que anunciaban que el “UNO” era el mal. El “UNO”  es sin duda la figura del mal cuando significa una totalización totalizante, que elimina o trata de eliminar de su seno el vacío, lo indecible“ (Benasayag, 1996, pág. 193)


A su vez, tendríamos que reconocer cada situación que estudiamos como una configuración única dada la multiplicidad de la realidad.  Por lo que, nuestra labor también es una apuesta por comprender el mundo diferente, por afirmar algo incluso cuando sabemos que se encontrará con lo desconocido (o bien lo indecible). En otras palabras, es un desafío que nos implica y transforma la forma de entendernos, y que al mismo tiempo contiene la esperanza construir algo distinto. 


Vemos hasta aquí nuestro trabajo hecho. Tenemos aquí la subversión de lo desconocido que lejos de ser la pieza que falta, es la pieza que nos compone y nos transforma. Una liberación de aceptar nuestra limitación de no un pensamiento incompleto, sino de un pensamiento inacabado y fiel a la verdad. Como sociólogos resulta esencial habitar lo desconocido, como propuesta de una disciplina crítica que nunca llegará a imponer sino a comprender y entender la experiencia humana. No queda más que ser realistas, para vivir con incertidumbre encantadora del bosque de lo desconocido.


Está disposición de apertura a la verdad que se mantiene en lo desconocido, debe caracterizar el arduo trabajo sociológico, que como todo científico, tiene como único “fin” la verdad.


Bibliografía

Badiou, A. (s.f.). Cuerpos, lenguajes, verdades. Obtenido de Lacan.com: https://www.lacan.com/badbodiesspa.htm
Balzac, H. d. (2018). La obra maestra desconocida. Guadalajara: Editorial Universitaria.
Bauman, Z., Hviid, M., & Tester, K. (2019). Para qué sirve realmente un sociólogo. Ciudad de México: Paídos.
Benasayag, M. (1996). Pensar la libertad. Buenos Aires : Ediciones Nueva Visión .
Morin, E. (1998). Introducción al pensamiento complejo. España: Gedisa.
Morín, E. (s.f.). Epistemología de la complejidad. Obtenido de Facultad de psicología de la Universidad de Buenos Aires: https://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/electivas/102_infanto_juvenil/material/complejidad_morin.pdf
Nietzche, F. (2016). Más allá del bien y del mal . Ciudad de México: Editorial Porrúa.
Thorpe, C., Yull, C., Hobbs, M., Todd, M., Tomley, S., & Weeks, M. (2016). El libro de la sociología. China: Penguin Random House.






[1]La famosa frase de Wittgenstein “De lo que no se puede hablar, hay que callar” es, en este sentido, un anuncio del garden Wall. Pues, finalmente reconoce que existe que hay algo de lo que no se puede hablar, que queda fuera de nuestro jardín del conocimiento. Lo que nos arroja ahí es que la razón no puede con todo, habría un límite para la ciencia y por consecuente para la humanidad.
[2] De hecho, ahora, la pandemia del COVID-19 ha dado un golpe increíble a la tradición occidental, la insatisfactoria respuesta de los gobiernos, recuerda el vulnerable lugar de la humanidad.
[3] La ciada del comunismo como proyecto político, representa (tal vez) la caída de la ilusión de un proyecto masivo que pudiese desafiar al capitalismo. Sin embargo, y como muchos colegas comunistas afirman, muchas de las ideas siguen vigentes y toman fuerza ante el incremento de las desigualdades. 
[4] Publicado originalmente en 1990, introducción al pensamiento complejo de Edgar Morín, es en gran medida la el corazón de este ensayo. Abro está nota a pie de página para ser explicito, dejando así en claro mi posición ante su obra. 
[5][5] “Decía antes que la sociedad es un todo cuyas cualidades retro actúan sobre los individuos dándoles un lenguaje, cultura y educación. El todo, por lo tanto, es más que la suma de las partes. Pero al mismo tiempo es menos que la suma de las partes porque la organización de un todo impone constricciones e inhibiciones a las partes que lo forman, que ya no tienen entera libertad” (Morin, 1998).
[6] Ulrich Beck nos habla más bien de una sociedad del riesgo (La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad 1986 y La sociedad del riesgo global 1999)  en el que la humanidad enfrenta distintos peligros, de los cuales se debe proteger. Está visión me parece certera con relación a lo desconocido, puesto que ciertamente siempre representa un riesgo. No toco mucho este punto en mi ensayo pues mi análisis no va hacia como lidiamos los seres humanos con el peligro, me conformo con una descripción generalizada de la realidad.
[7] Habría pues que especificar que existe una “moral científica” teleológica, que apunta con la dominación del humano de su realidad. Esta es la moral a la que nosotros, “los hombres de ciencia”, debemos de renunciar.
[8] Isaiah Berlín considera que “Marx es el verdadero padre de la sociología moderna, si es que alguien es acreedor de ese título”.  Ciertamente Marx ha marcado un antes y después dentro de la sociología, sobre todo para toda la escuela de Frankfurt,  toda la corriente crítica de la sociología.   
[9] Valdría la pena,  siendo críticos, revisar las propuestas teológicas que proponen la mirada del reino de Dios como un reino humano, donde ambas propuestas convergen. Tal como pasa con la teología de la liberación y la filosofía de la liberación, que finalmente coinciden en una causa común.

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