Ante
lo desconocido
(ensayo final)
Universidad de Guadalajara:
Lic. en Sociología
Isaac de J. Palma Córdova
20-05-20
Creativity plays with the unknown. No strategies exist
that can enclose the endless realm of the new. Only trust in yourself can carry
you past your fears and the already known.
Aquí tienen un ensayo más para
el objeto deseado de la ciencia. Una
ofrenda. Pero, digámoslo sencillo: el propósito de este ensayo es
conceptualizar lo desconocido. Dar ideas, palabras, un breve discurso de lo
indecible. ¿Por qué? Pues era necesario
¿Necesario para quién? Para mí, un ser que vive recorriendo el bosque de lo
desconocido, o bien, alguien que no se conforma lo conocido. Debe haber más por ver. Me he dado la enredosa tarea de expresar algo
sobre el desconocimiento, y en medida en que lo reflexiono, parece que consiste
en una reducción. Una forma de rechazo a la verdad, que tiene el potencial de
convertirse justamente en lo contrario.
Mi
intención es analizar lo desconocido
para subvertir su significado. En otras palabras, no queremos descubrir lo
desconocido, sino, por lo contrario, construir desde y con lo
desconocido. La diferencia sustancial
entre “la verdad por alcanzar” y “la verdad revelada”. Aquí nos inclinamos por
la segunda, sin olvidar la primera.
Para explicar de manera más detallada lo que aquí se expresa,
primeramente, realizaremos una breve introducción al concepto trazando unas
líneas de nuestra situación moderna. Posteriormente, revisaremos la propuesta
de Edgar Morín, que mantiene, a través del concepto de complejidad, supongo que existe cierto paralelismo con el
desconocimiento. Después y a partir del
punto anterior, se expondrá el concepto de desconocido como punto situacional
desde el cual se comprende la realidad. De manera conjunta al punto anterior, y
para finalizar el ensayo, se explicará la aplicación de lo desconocido dentro
de la sociología y como postura política dentro de la ciencia que funge como
perpetua apertura la verdad.
La
modernidad y lo desconocido
Primero una imagen para introducirnos a lo desconocido:
En 2014 se estrenó una miniserie animada
titulada Más allá del jardín (Over the Garden Wall) creada por Patrick
Mchale, escritor y guionista estadunidense, producida por Cartoon Network. Expreso
que es una animación brillante, de la cual no hablaremos en esta ocasión. Sin
embargo, me gustaría rescatar la imagen que nos proporciona el título de la
miniserie: el jardín es el espacio
del juego de un niño, es el límite de las casas, ahí pasamos horas en nuestra infancia, el
jardín siempre al borde con lo exterior, como la frontera de lo conocido, el
mirador al mundo. Esto solo evoca una pregunta: ¿Qué hay más allá del jardín?
Generalicemos: durante el oscurantismo (dark ages) ya vivíamos en el jardín,
disfrutábamos de él pero no podíamos hablar de él sin recurrir a Dios. Lo cual
distanciaba gravemente a los sujetos del entendimiento de su realidad. Con el
renacimiento, el realismo se hizo presente y se puso una sola tarea, estudiar
el jardín, y claro que al estudiarlo se encontraron que era mucho más grande de
lo que se creía. Todo iba muy bien, fueron años prósperos de juegos y
experimentación en el jardín, una era utópica había sido profetizada. Se hizo
de la matemática una lengua universal y el domino de la naturaleza fue
prometido:
“El desarrollo mismo de la ciencia
física, que se ocupaba de revelar el Orden impecable del mundo, su determinismo
absoluto y perfecto, su obediencia a una Ley única (…)” (Morin, 1998,
pág. 18)
Al
olvidar la amenaza del castigo divino, solo quedaba el hombre con el hombre --y
las cosas-- causo el nacimiento de una ley (supuestamente) positiva y un Estado
moderno que regulará el jardín. Un aparato de vigilancia y castigo que regulará a la conducta de los hombres por los hombres, el abandono de la idea del
alma, y una “humanización” de los formas de coerción. La aspiración de un
sistema totalizante, y que por lo tanto se pueda poseer y controlar, se
convierte más en una realidad que se debe
construir y todo esfuerzo humano se debe sumar al progreso.
En un par de siglos habríamos transformado por completo
el jardín, o bien, al menos, habríamos transformado nuestra visión de
éste. Pero el conocimiento siempre tiene
su contra parte el desconocimiento. El Garden
Wall es ese límite que le permite a ser humano jugar a ser el rey del
universo dentro de su jardín (aquí la raíz de nuestro, aún muy vigente, antropocentrismo). Lo desconocido siempre ha
estado presente, pero como algo a superar: la modernidad es la promesa de
acabar con lo desconocido. El conocimiento de todo.
Ahora, observemos brevemente la siguiente cita, donde el
bosque de lo desconocido se hace presente:
“Resulta una gran verdad que el
destino es una ley cuyo significado se nos escapa. Porque nos faltan una
inmensidad de datos.” Ferdinand
Galiani
Aquí una vez más, aunque aún muy general, se expone el
carácter de la modernidad. Donde no se niega lo desconocido, no se rechaza la
parte el hecho de que exista un
desconocido, sino que reconociéndolo es algo que nos mantiene incompletos,
algo que nos falta. Pues pareciera
que esa ardua labor de la humanidad es combatir la incertidumbre que provoca el
desconocimiento: el futuro es la justa imagen de lo desconocido. Pero esta mirada, hacia lo que falta por saber, es realmente la
apertura a la complejidad y por lo
tanto a lo desconocido.
Ante la crisis de 1900, la modernidad empezó a tambalear:
la mathesis universalis, estaba
perdiendo su universalidad. El “orden” del cosmos empieza a tambalear desde la
ciencia, desde la teoría de la relatividad de Einstein al fracaso Frege[1], la racionalidad
occidental caracterizada por la ideas de progreso, orden y dominación de la
realidad comienzan a cuestionarse[2]. Aquí la caída del imperio
de –la búsqueda- la ley universal. En resumen, Estábamos muy tranquilos al interior
del jardín, pero resulta que el jardín no era ni siquiera una milésima parte
del bosque.
A finales del siglo XX, habiendo sufrido dos guerras
mundiales y la caída del comunismo[3], el conformismo realista
sustituyo el mito del progreso. De hecho, la el desgarre de la idea del
progreso fue más evidente, cuando en lugar de construir –“lo que sea”-- nos
destruimos. El jardín ya no era más una
promesa, sino un habitáculo duro como el
hierro del cual no podríamos salir. Una vida seca, sin ilusiones, pero al mismo
tiempo llena de temores.
Ahora, después de
dos décadas del inicio del nuevo milenio el estado de confusión es prominente.
Una era de incertidumbre se desborda en distintas áreas del conocimiento (la
economía ha tenido dos recesiones globales, la política resulta radical e
impredecible, incluso la física no ha podido superar el impasse cuántico, la medicina se encuentra en una
crisis administrativa y con el incremento de probabilidades de las pandemias) y
los movimientos anti-sistémicos son apenas pequeños a lado de la maquinaria
moderna de occidente. Además, el siglo se torna oscuro ante la crisis climática
que anuncia la comunidad científica, que si
50 años antes estos mismos nos anunciaba los autos voladores, ahora nos
proclaman el apocalipsis.
Supongo, y esta es mi hipótesis principal, que estamos
ante el bosque de lo desconocido,
hemos saltado el Garden Wall. Tenemos
opciones: tratar de acabar con la incertidumbre e inclinarnos por realizar
conjeturas deterministas e ilusorias, o bien, superar nuestra faceta racional
positiva y darle pasó a la complejidad, y por lo tanto, estar dispuestos a lo
desconocido. Lo cual, siempre nos implicará una acción inacabada y situacional,
pero perennemente abierta a la verdad.
Para eso, valdría la pena escuchar a Edgar Morín que con
su pensamiento complejo[4],
que abre la puerta a un paradigma distinto de abordaje de la realidad. Lo que
tenemos hoy (o al menos, lo que deberíamos de reconocer) es un mundo complejo,
que exige una epistemología de la complejidad.
Para continuar con la metáfora del jardín, habría que pensar este siglo como la
destrucción del muro del jardín, un punto sin retorno para la ilusión de la
modernidad, el abandono de la idea de poder cercar el resto del bosque y creer
que lo podamos llamar jardín.
Epistemología de la complejidad o el punto sin retorno
Morín enuncia lo que ya advertíamos pero negábamos con el
muro: La realidad. La realidad se
escapaba de los muros del jardín, su complejidad desbordaba nuestra ley
universal con la que creíamos que
operaba el cosmos. Es decir, que la
realidad parecía ser un mucho más
compleja de lo que creíamos que era. Surgen, entonces, un par de preguntas
pertinentes: ¿Qué significa que algo sea complejo? Y a todo esto de la apertura
a la complejidad ¿Dónde queda lo
desconocido? Para está sección contestaremos a ambas preguntas, tratando colocar
nuestro pensamiento over the garden wall.
Ahora,
seamos directos:
“¿Qué
es la complejidad?” –Se cuestiona Morín– “A primera vista la complejidad es un
tejido (complexus: lo que está tejido en conjunto) de constituyentes
heterogéneos inseparablemente asociados: presenta la paradoja de lo uno y lo
múltiple. Al mirar con más atención, la complejidad es, efectivamente, el
tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones,
azares, que constituyen nuestro mundo fenoménico. Así es que la complejidad se
presenta con los rasgos inquietantes de lo enredado, de lo inextricable, del
desorden, la ambigüedad, la incertidumbre...” (Morin, 1998)
Pero atinadamente agrega:
“De
allí la necesidad, para el conocimiento, de poner orden en los fenómenos
rechazando el desorden, de descartar lo incierto, es decir, de seleccionar los
elementos de orden y de certidumbre, de quitar ambigüedad, clarificar,
distinguir, jerarquizar... Pero tales operaciones, necesarias para la
inteligibilidad, corren el riesgo de producir ceguera si eliminan a los otros
caracteres de lo complejo; y, efectivamente, como ya lo he indicado, nos han
vuelto ciegos.” (Morin, 1998)
Esta
primera cita engloba lo ya revisado en el apartado anterior, y bien, responde a
nuestro primer interrogante. Entonces,
acatar la complejidad radica en admitir lo que previamente se rechazaba: desde
las paradojas, el azar, el dinamismo de
los fenómenos, la multiplicidad de lo que compone la realidad, la incertidumbre de las proyecciones sobre
nuestro futuro, la imposibilidad de determinar;
la configuración singular de cada uno de los instantes de nuestra vida e
incluso también a la recuperación de sabidurías marginalizadas.
Al
mismo tiempo se advierte que el proceso de la modernidad nos había cegado.
El gran edificio de la humanidad, la
ciencia, que fue candil en los tiempos de tinieblas, también había sido
promoción de un nuevo telón que cubría la realidad. Digamos, pues, que fue un
doble proceso de iluminación y oscurecimiento: iluminación de una realidad
simplista, consecuencia de la tradición nominal, pero a la vez, oscurecimiento
de una realidad compleja, dinámica y cambiante.
Es
claro que la complejidad se veía desde el jardín, pero como algo que
eventualmente se superaría a través del estudio (siempre reduccionista) de la
ciencia. De hecho, si observamos el término en latín complexus (tejido en conjunto) podríamos terminar pensando que la
complejidad aumenta composición, las interconexiones e interdependencias de la
realidad, pero que últimamente su tejido
se puede terminar por explicar. Creo, por ello, que el elemento de lo desconocido es un fundamento para la
epistemología de la complejidad, que en lugar de cercar el pensamiento siempre
le exige apertura a algo más, pero lo
explicaré con mayor detalle en los siguientes párrafos.
Habría
que crecer, para poder jugar fuera del jardín, “ser niños grandes” ante el desafío de la complejidad. ¿Qué debemos reconocer, entonces? ¿Qué es lo complejo de nuestra realidad?:
En
primer lugar, tendríamos que afirmar, y retomando esta imagen del tejido en
conjunto, que “nada está realmente aislado”, todo está en relación. Por ende,
también, considerar "Todo está en todo y recíprocamente", o en otras
palabras, que “el todo está en la parte” y que la parte forma el todo en su
singularidad (véase aquí lo paradójico del pensamiento complejo, que igual será
reflejado en los siguientes puntos). (Morín, s.f.)
Un
segundo principio del pensamiento complejo podría ilustrarse mejor con una cita
de la obra maestra desconocida, de Balzac,
donde los protagonistas hablan de una pintura: “¡Rigurosamente hablando, el
dibujo no existe! ¡No se ría, jovencito! La línea es el medio gracias al cual
el hombre se da cuenta del efecto de la luz sobre los objetos; pero no existen
líneas en la naturaleza, en que todo está lleno: es modelando como se dibuja,
es decir, como se separan las cosas del
ambiente en que se hallan, dándole apariencia al cuerpo con la distribución de
la luz. Por eso, no detuve los lineamientos, esparcí sobre contornos una nube
de medias tintas rubias y cálidas que no
pueda con precisión poner el dedo sobre el lugar en que los contornos se
encuentran con los fondos” (2018, pág. 31) . La naturaleza sin líneas, es opuesta a
nuestra racionalización que todo lo separa. Debemos cuidar “nuestro pensamiento
es disyuntivo y, además, reductor”. (Morín, s.f.)
Una tercera
afirmación, nos aconseja observar el desorden dentro de la composición de la
realidad, a diferencia de la postura de la modernidad que buscaba la respuesta
a un presunto “orden universal”. De hecho, se inclina por mirar de frente,
enfrentar el desorden y la incertidumbre. De aquí que el desconocimiento sea
tan pertinente. (Morín, s.f.)
Para
el cuarto punto, otra paradoja: “El todo, por lo tanto, es más que la suma de
las partes. Pero al mismo tiempo es menos que la suma de las partes porque la
organización de un todo impone constricciones e inhibiciones a las partes que
lo forman, que ya no tienen entera libertad” (Morin, 1998) . De aquí que sea una maquina viva que en lugar
de tener partes mecánicas que empiezan a morir desde el momento de su ensamble,
reanima su totalidad con la muerte. La
sociedad es ejemplo perfecto[5]. (Morín,
s.f.)
El
quinto punto, considero que este resulta fundamental como crítica a “la
objetividad científica”, radica en aceptar que no podemos separar la realidad
de nuestras estructuras de conocimiento. Siempre estamos implicados: “en el
proceso de medir alteramos lo que medimos, cuando uno mide, cuando uno observa
algo lo modifica”, así lo expresa el físico cuántico, José Ignacio Latorre.
Habría pues que superar la dicotomía objetivo-subjetiva, e insertarnos en un
paradigma que se aleje de la supuesta mirada omnisciente. (Morín,
s.f.)
La
sexta indicación, tal como indica Morín para el estudio del hombre y los
estudios de los hombres, es menester concebir al hombre multidimensional:
biológica-cultural-individual-social. (De esto, las innumerables críticas a los
economistas y su inexistente homo
economicus). (Morín, s.f.)
Ahora,
se nos sugiere que la complejidad se extiende a la política, siendo está una
época planetaria una decisión local siempre traerá efectos en resto del tejido,
y esos a su vez en distintos lugares. Las interconexiones se híper-sensibilizan,
dadas las condiciones de la era de la información cualquier acontecimiento se
sujeta a una posible inesperada reacción. La política está destinada a la
complejidad. Lo cual exige una adecuación a las demandas de dicha realidad. (Morín, s.f.)
Una
octava afirmación que tenemos alrededor de la complejidad, está fuertemente
vinculado a la anotación anterior. Lo que sugiere es un quebrantamiento con la noción
de causalidad: pues "la acción escapa a la voluntad del actor político
para entrar en el juego de las inter-retroacciones, retroacciones recíprocas
del conjunto de la sociedad”. La eficacia máxima solo se ve al inicio de su
desarrollo, por consecuente, las últimas
consecuencias de la misma acción no son predecibles. Cualquier proyección a futuro se desbaratara
ante los acontecimientos paralelos. Por lo tanto, los programas, mecánicamente
estructuradas resultan inútiles. (Morín, s.f.)
Finalmente,
como una novena consideración que nos vincula a una teoría situacional, es la
aceptación de que el pensamiento complejo no es la última palabra, al
contrario, es una fase inicial. Dejemos la conclusión al mismo Morín: “Concluyo
diciendo que el pensamiento complejo no es el pensamiento omnisciente. Por el
contrario, es el pensamiento que sabe que siempre es local, ubicado en un
tiempo y en un momento. El pensamiento complejo no es el pensamiento completo;
por el contrario, sabe de antemano que siempre hay incertidumbre. Por eso mismo
escapa al dogmatismo arrogante que reina en los pensamientos no complejos. Pero
el pensamiento complejo no cae en un escepticismo resignado porque, operando
una ruptura total con el dogmatismo de la certeza, se lanza valerosamente a la
aventura incierta del pensamiento, se une así a la aventura incierta de la
humanidad desde su nacimiento. Debemos aprender a vivir con la incertidumbre y
no, como nos lo han querido enseñar desde hace milenios, a hacer cualquier cosa
para evitar la incertidumbre”. (Morín, s.f.)
Digamos
aquí, entonces, que tenemos un panorama extenso del bosque, líneas,
instrucciones, una descripción que en una palabra se define como complejo. Sin embargo, mi propuesta es lo desconocido, elemento vigente en todos
los anteriores puntos, que supongo yo que es fundante para el pensamiento complejo. Me parece justo
conceptualizarlo y distanciarlo de lo
complejo (aunque reconozco que desde la propuesta de Morín lo contempla,
más me parece que no lo llega a significar, se presenta de manera tacita). Por eso resulta tan pertinente preguntarnos
¿Qué es lo desconocido? Y bien, ¿Dónde
queda ante la complejidad? Responderé a la segunda pregunta, antes de
conceptualizar lo desconocido.
Parece
ser que lo desconocido y lo complejo, pudiesen ser la misma cosa, al menos en
su uso recurrente: “es una situación compleja”, “me es desconocido”, “que
complejo” “es desconocido”. Finalmente, como adjetivo, lo complejo y lo
desconocido son realmente ambiguos. No
se dice mucho del sustantivo que supone describir, es más una advertencia que
indica cierta dificultad para comprender o realizar cierta tarea. Es aquí donde creo que Morín no me parece tan
preciso, dado que donde él diría que “la complejidad es (…) el tejido de
eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que
constituyen nuestro mundo fenoménico”, yo agregaría que nuestra realidad
siempre contiene el elemento del
desconocimiento.
Considero
que resulta más diáfano en mi siguiente observación. En el modo verbal, hay una
gran diferenciación entre complejizar y desconocer: Complejizar refiere más
bien a la acción de contemplar o abarcar más cosas. Mientras que desconocer es simplemente
no saber. He aquí mi propuesta paradoxal: Desconocer es saber que no se sabe. Pues para Morín la complejidad suma elementos
que, exigen una adecuación que abarqué más elementos y dinamismos intrínsecos
de la realidad, pero, sugiero, que deberíamos incluir los no-elementos, los
no-saberes, lo que no es. No solo lo decible sino lo indecible, lo que se
escapa, desborda y supera toda racionalización.
No
quiero decir que la epistemología de la complejidad no lo contemple, pero no le
da tanta centralidad. Por lo que quiero enfocar y tratar de pensar este
componente de la realidad compleja.
Ahora
que estamos en el bosque habría que habitarlo, aceptando sus dificultades pero
entregándonos a su encanto.
Pensar
lo desconocido
Como
ya dije, tenemos en desconocer un
“verbo negativo”. Tampoco se trata de deshacer
lo conocido, más bien se presenta como un estado. Siendo metafóricos --y es
justo serlos— lo desconocido es un
lugar que se habita, por lo que, pudiéramos decir que desconocer es habitar lo desconocido. Pero, seamos más claros:
desconocer es no saber, no conocer, no entender, es la acción límite de la
razón.
Entonces,
necesitamos también decir que al hablar de lo desconocido estamos hablando de
aquello que no podemos nombrar. De hecho, si somos críticos, es un intento de
racionalización de lo que escapa de la misma racionalización. Si bien el hombre
se dio cuenta, al inicio de la modernidad con los nominalistas, que podía
nombrar, manipular, conocer y dominar la naturaleza a través de la razón, a su
vez, la llegada del siglo XX nos frenó la carrera al ver que no podíamos
nominar todo, mucho menos conocerlo. El punto paradójico sería pues que lo
desconocido nos sirve designar lo que ininteligible. Es muestra recia de
nuestra determinación por “encerrar” todo.
Sería
bueno evocar a nuestro primer apartado, para recordar que hemos presenciado
el gran quiebre de la modernidad, el
mito del progreso ha caído y el Dios-Ciencia luce inalcanzable. El sociólogo
alemán Ulrich Beck[6]
lo resume así: “vivimos en un mundo que escapa a todo control” (Thorpe, y otros, 2016, pág. 156) . De modo, pues, que
habitamos el bosque de lo desconocido.
Esta era se nos presenta con muchos y distintos nombres: posmodernidad,
modernidad tardía, para el mismo Beck modernidad reflexiva. Más lo que tenemos
en común es que vemos aquí, una transformación del pensamiento, que requiere de
nosotros un cambio que contemple la complejidad de lo desconocido. Esto exige
conceptualizar, en un sentido un tanto contrario pero nunca incompatible, lo
desconocido.
Por
todo lo anterior, decimos que lo desconocido más allá que el límite de la razón
es el componente de apertura de la realidad a algo más. Es decir, que no haya una última palabra, que nos exige
una renuncia a última y única racionalización, que abre las puertas a la búsqueda
de la verdad pues ésta nunca termina por ser enunciada. Esto es una mirada
libertaria de la verdad por su sustancia desconocida. Una verdad no
determinista, sino que inatrapable, desbordante, transformadora. Al borde de
toda nuestra racionalización existirá algo sin contemplar, una reacción
impredecible que dinamite todas las formas de entendimiento. Una experiencia
siempre renovadora que desajusta toda determinación. Últimamente, queremos
decir que conocemos que la realidad siempre contiene lo desconocido.
Para
resumir, las palabras del filósofo Francés Alain Badiou:
“Las verdades existen como excepciones a lo
que hay. Admitimos por lo tanto que “lo que hay” –lo que compone la estructura
de los mundos– es bien y verdaderamente una mezcla de cuerpos y lenguajes. Pero
no es lo único que hay. Y las “verdades” son el nombre (filosófico) para lo que
viene así a interpolarse dentro de la continuidad del “hay””. (Badiou, s.f.)
Con el
fin de aclarar mi postura expreso que lo desconocido contiene verdades, y bien,
que la verdad es desconocida. Y que por ello, este siglo nos orilla, si no
queremos aferrarnos neciamente a un credo, a estar dispuestos a lo desconocido, y por lo tanto, a la verdad que todo lo transforma.
Ahora
me gustaría hacer unas cuantas aclaraciones importantes:
No
caigamos en un escepticismo de la derrota, del cual no se pueda enunciar nunca
nada. Al contrario, se trata de estar parado en terrenos conocidos sabiendo que
pudiesen ser débiles e inestables. Que si bien hoy algo sirve como base desde
la que se enuncia, mañana no necesariamente lo será.
Otro
punto, no menos pertinente, es que la visión causalidad, predominante en la
ciencia, resulta artificial al igual
que útil, en medida que nos permite explicar efectos y una cierta cronología de
hechos y fenómenos que se secuencian. Ahora que si nos anclamos a un paradigma
de causa-efecto, lo más probable es que anulemos la complejidad, y el devenir
de lo desconocido. Por ello, creo que ante este paradigma explicativo causal,
debemos ser cautelosos y afirmar ceteris
paribus. Que finalmente es una advertencia del dinamismo de las variables
exteriores al objeto que observamos.
También
debemos que no es el abandono a la razón, es más el anuncio de los límites, la
frontera, la exterioridad del jardín. Que por más que intentemos cercar el
resto del bosque siempre habrá algo que quede fuera de nuestro jardín. Esto
mucho menos quiere decir que reduzcamos nuestros esfuerzos por conocer el
bosque, pero sí que abandonemos la idea en que algún día lo dominaremos. (Esto,
a su vez, es un paso al abandono a nuestros fundamentos patriarcales de
occidente).
Mientras
que la verdad sea nuestro objetivo
tendremos que admitir que nos hemos equivocado, nos estamos equivocando y nos equivocaremos. Que nuestro
pensamiento es el de un simple “mortal”, pero que con pasión se entrega a
conocer todo lo que la vida le permite. Es volver al lugar humilde en el que se
está dispuesto al otro, a la experiencia misma, a lo desconocido. De aquí que
la expresión cristiana “la verdad nos hará libres” sea tan pertinente.
¡Enhorabuena
aventureros! Nos hemos atrevido a salir de jardín y habitamos el bosque de lo
desconocido. Habría pues que celebrar aclamando nuestra firme convicción en el
devenir, en nuestra nueva fe: “¡pues bien, apretad los dientes, abrir los ojos,
aplicad la mano firme al gobernalle! Nosotros navegamos en línea recta, por
encima de la moral. Quizá tengamos que aplastar y romper lo que nos queda de
moral[7] al aventurarnos por estos
parajes, pero ¡qué importancia tenemos nosotros! Nunca se ha revelado todavía
un mundo más “profundo” a la mirada de los viajeros intrépidos y aventureros”. (Nietzche, 2016, pág.
24)
Sociólogos
de la situación
Las
ciencias sociales tienen un tiempo lidiando con la incertidumbre de lo
desconocido. A diferencia de las leyes “universales” encontradas tempranamente en
la física mecánica, que permitieron el avance acelerado de la industria y la
tecnología, la ciencia social y especialmente la sociología no han contado con la
misma suerte. Para ello sería bueno observar, de manera superficial, sus
orígenes y algunos acontecimientos que marcan el desarrollo de la misma.
Finalmente, propondré una ciencia de la situación, que nos coloque camino hacia
lo desconocido.
En
1813, Henri de Saint-Simon llega la fortuita idea de una ciencia de la
sociedad. En el mismo siglo, el filósofo francés Auguste Comte, impregnado de
los ideales de la Ilustración, propone que “todas las ramas del saber debían
adoptar los principios científicos y basar la teoría en la observación”
caracterizado por el “afán de objetividad y del método científico” que sería el
único que traería valides al conocimiento, en otras palabras, una ciencia positiva. A partir de dichos
principios científicos, Comte desarrollaría lo que llamaría la física social que más tarde se
convertiría en la sociología.
Pero
al igual que los sociólogos contemporáneos, Comte ya advertía que la ciencia de
la sociedad humana, o sociología, era sin duda la más difícil y compleja, y por
lo tanto la reina de las ciencias” (Thorpe, y otros, 2016, pág. 23) . Para este momento
la sociología no termina por consolidarse completamente como ciencia, más el
encuentro con lo desconocido se da casi en el mismo instante en que se empieza
a pensar lo social.
Veinte
años más joven que Auguste Comte, Karl Marx realiza uno de los estudios más
significativos de la sociología[8], al analizar el
capitalismo a través de la base empírica, abarcando sus impactos políticos,
económicos y culturales. Si bien, el capital (1867) tuvo un impacto
sumamente representativo dentro de la ciencia social y en la historia, Marx
realmente nunca tuvo intensiones de ser abalado como científico, tanto así que
no dejo ningún manual metodológico destinado a dicha causa. Pero con su apasionado
estudio, capturaba ya la genética compleja de la sociología.
Será
entonces hasta principios del siglo XX, con Max Weber y Emile Durkheim que la
sociología terminará por consolidarse como ciencia, principalmente gracias a
Durkheim con su libro la reglas del
método sociológico de 1895, consecuente de la teoría propuesta por Comte.
Si bien, ya se había pensado la posibilidad de una sociología, no había un método que validará los estudios sociales.
El enfoque positivista del francés, tomo técnicas e incluso teorías de otras
disciplinas como la biología o la física para desarrollar el método dentro de
la sociología. Basado, ante todo, en la evidencia empírica. No obstante, Durkheim veía la necesidad de
continuar desarrollando el método, pues la realidad lo demandaba.
Ahora
bien, a su vez el pensador alemán Max Weber le daba un enfoque completamente
distinto a la sociología; éste iba a estudiar el sentido mentado de la acción;
un paradigma comprensivo de la ciencia social, que lejos de realizar una
explicación causal (erklaren) de
las acciones sociales, se orientaría por
la cualidad (verstehen). Lo
paradójico de este par sociólogos es que mientras uno hizo un gran esfuerzo por
acercar a la sociología a la ciencia positiva, el otro, casi al mismo tiempo ya
le estaba dando una vuelta de 180 grados a toda la disciplina (aunque claro
Weber también fue muy tajante en su búsqueda por la objetividad) ¿Qué quiere
decir esto? Weber y Durkheim están ante
una idea apenas consolidada que ya demanda ser compleja. No se ha podido hacer
grandes estudios de la sociología y ya se está desbordando sobre sus
fundamentos.
Hoy por hoy, gran parte sociología tiene una tendencia
anti-positivista. Para la mayor parte de la sociología crítica ha abandonado la
idea de una realidad regida por leyes universales. Como anunciábamos, el siglo
XX ha venido a tirar la Historia, y con ello, el abandono del jardín. La
sociología es una disciplina que ya ansiaba
Por salir de él, se sentía encerrada, pues sus
métodos siempre le exigen estudiar el bosque completo. La escuela de Fráncfort
es un buen ejemplo.
¿Qué
podemos observar aquí? La conformación de una ciencia que desde el primer día
en ser pensada se ha topado con el garden
Wall. Es decir, incluso en las miradas más optimista de la sociología como
ciencia positiva se ha visto sumamente superada por su realidad. Lo cual nos ha
llevado a ver la actividad sociológica como una tarea --deseablemente--
inacabable:
La
sociología es una actividad crítica, en la medida en que lleva a cabo una
continua deconstrucción derridiana de la percepción de la realidad social (…).Donde
difiere claramente de la crítica inspirada en la teología es en la ausencia de
un telos pre-postulado: de un modelo
de sociedad buena fijado previamente, y visto como un
equivalente/sustituto secularizado del
“reino de Dios” al que aspira el reino de los hombres[9]. El solo atributo que la
crítica sociológica (perpetuamente inacabada, al igual que el psicoanálisis
freudiano, en principio inacabable) está dispuesta a añadir a esa sociedad
buena es su persistente e invetero sentido crítico: su conciencia, perpetua, de
que ninguna de sus formas actuales es bastante
buena, esperando de cada una de ellas mejoras futuras. (Bauman, Hviid, & Tester, 2019, págs.
41-42)
Lo que
Bauman finalmente sugiere no está nada lejos de lo que Morín indica en su
noveno punto sobre la epistemología de la complejidad. Lo cual está fielmente
apegado a la disposición a lo desconocido, y por lo tanto, a la verdad. Lo cual
es central en toda labor científica. Esto nos lleva a un momento de sintonía que considero que Miguel Benasayag captura
muy bien en su teoría de la situación
que podría justamente liberarnos del wall
que nos hemos construido nosotros mismos durante la modernidad.
Para
concluir, deberíamos recapitular de manera muy breve, afirmando que con el
quiebre del mito de progreso nos hemos librado de cualquier pensamiento
universal, en cambio, deberíamos decir que si no partimos de una unidad
ontológica ningún pensamiento es posible. La teoría de la situación, contempla lo
desconocido, como el punto de lo indecible presente en cada instante de nuestra
existencia. (Benasayag, 1996, págs.
169-192)
Para el sociólogo aplica lo mismo, “los elementos presentes y representados de
la situación constituirán el universo en el que este hombre existe”. (Benasayag, 1996, pág.
172) Así
pues, el sociólogo tratará analizar delicadamente los elementos que conforman
una totalidad concreta, sabiendo pues que siempre será una imagen limitada, que
habrá a su vez un elemento que se escape. Así como en la…
“América precolombina que anunciaban que el
“UNO” era el mal. El “UNO” es sin duda
la figura del mal cuando significa una totalización totalizante, que elimina o
trata de eliminar de su seno el vacío, lo indecible“ (Benasayag, 1996, pág. 193)
A su
vez, tendríamos que reconocer cada situación que estudiamos como una
configuración única dada la multiplicidad de la realidad. Por lo que, nuestra labor también es una apuesta
por comprender el mundo diferente, por afirmar algo incluso cuando sabemos que
se encontrará con lo desconocido (o bien lo indecible). En otras palabras, es
un desafío que nos implica y transforma la forma de entendernos, y que al mismo
tiempo contiene la esperanza construir algo distinto.
Vemos
hasta aquí nuestro trabajo hecho. Tenemos aquí la subversión de lo desconocido
que lejos de ser la pieza que falta, es la pieza que nos compone y nos
transforma. Una liberación de aceptar nuestra limitación de no un pensamiento
incompleto, sino de un pensamiento inacabado y fiel a la verdad. Como
sociólogos resulta esencial habitar lo desconocido, como propuesta de una
disciplina crítica que nunca llegará a imponer sino a comprender y entender la
experiencia humana. No queda más que ser realistas, para vivir con incertidumbre encantadora del bosque de
lo desconocido.
Está disposición de apertura a
la verdad que se mantiene en lo desconocido, debe caracterizar el arduo trabajo
sociológico, que como todo científico, tiene como único “fin” la verdad.
Bibliografía
Badiou, A. (s.f.). Cuerpos, lenguajes, verdades. Obtenido
de Lacan.com: https://www.lacan.com/badbodiesspa.htm
Balzac, H. d. (2018). La
obra maestra desconocida. Guadalajara: Editorial Universitaria.
Bauman, Z., Hviid, M.,
& Tester, K. (2019). Para qué sirve realmente un sociólogo. Ciudad
de México: Paídos.
Benasayag, M. (1996). Pensar
la libertad. Buenos Aires : Ediciones Nueva Visión .
Morin, E. (1998). Introducción
al pensamiento complejo. España: Gedisa.
Morín, E. (s.f.). Epistemología
de la complejidad. Obtenido de Facultad de psicología de la Universidad
de Buenos Aires:
https://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/electivas/102_infanto_juvenil/material/complejidad_morin.pdf
Nietzche, F. (2016). Más
allá del bien y del mal . Ciudad de México: Editorial Porrúa.
Thorpe, C., Yull,
C., Hobbs, M., Todd, M., Tomley, S., & Weeks, M. (2016). El libro de la
sociología. China: Penguin Random House.
[1]La
famosa frase de Wittgenstein “De lo que no se puede hablar, hay que callar” es,
en este sentido, un anuncio del garden Wall.
Pues, finalmente reconoce que existe que hay algo de lo que no se puede hablar,
que queda fuera de nuestro jardín del conocimiento. Lo que nos arroja ahí es
que la razón no puede con todo, habría un límite para la ciencia y por
consecuente para la humanidad.
[2] De hecho, ahora, la pandemia del COVID-19
ha dado un golpe increíble a la tradición occidental, la insatisfactoria
respuesta de los gobiernos, recuerda el vulnerable lugar de la humanidad.
[3] La ciada del comunismo como proyecto
político, representa (tal vez) la caída de la ilusión de un proyecto masivo que
pudiese desafiar al capitalismo. Sin embargo, y como muchos colegas comunistas
afirman, muchas de las ideas siguen vigentes y toman fuerza ante el incremento
de las desigualdades.
[4]
Publicado originalmente en 1990, introducción
al pensamiento complejo de Edgar Morín, es en gran medida la el corazón de
este ensayo. Abro está nota a pie de página para ser explicito, dejando así en
claro mi posición ante su obra.
[5][5]
“Decía antes que la sociedad es un todo cuyas cualidades retro actúan sobre los
individuos dándoles un lenguaje, cultura y educación. El todo, por lo tanto, es
más que la suma de las partes. Pero al mismo tiempo es menos que la suma de las
partes porque la organización de un todo impone constricciones e inhibiciones a
las partes que lo forman, que ya no tienen entera libertad” (Morin, 1998) .
[6]
Ulrich Beck nos habla más bien de una sociedad del riesgo (La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad 1986 y La sociedad del riesgo global 1999) en el que la humanidad enfrenta distintos
peligros, de los cuales se debe proteger. Está visión me parece certera con
relación a lo desconocido, puesto que ciertamente siempre representa un riesgo.
No toco mucho este punto en mi ensayo pues mi análisis no va hacia como
lidiamos los seres humanos con el peligro, me conformo con una descripción
generalizada de la realidad.
[7]
Habría pues que especificar que existe una “moral científica” teleológica, que
apunta con la dominación del humano de su realidad. Esta es la moral a la que
nosotros, “los hombres de ciencia”, debemos de renunciar.
[8] Isaiah Berlín considera que “Marx es el
verdadero padre de la sociología moderna, si es que alguien es acreedor de ese
título”. Ciertamente Marx ha marcado un
antes y después dentro de la sociología, sobre todo para toda la escuela de
Frankfurt, toda la corriente crítica de
la sociología.
[9] Valdría la pena, siendo críticos, revisar las propuestas
teológicas que proponen la mirada del reino de Dios como un reino humano, donde
ambas propuestas convergen. Tal como pasa con la teología de la liberación y la
filosofía de la liberación, que finalmente coinciden en una causa común.
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