viernes, 15 de mayo de 2020

Lo cotidiano es pandemia

Lo cotidiano es pandemia
Brenda Paola Barragán Regalado
15 de mayo del 2020
Estamos viviendo la pandemia en diferentes formas, desde la percepción, la asimilación hasta la acción cada familia vive su propia pandemia.  Hay quienes lo ven como problema de salud real y pese a las limitaciones y controles sociales que se nos han impuesto como restricciones laborales y de convivencia logran mantenerse estables económicamente aunque restringidos, por otro lado en las condiciones más extremas están aquellos que perdieron sus empleos y el día de hoy no tienen dinero para comer pero tampoco los dejan trabajar, situación desesperante que los obliga a buscar fuentes alternativas de ingresos como mendigar en las calles, salir a vender comida u ofrecer algún servicio, robar, inscribirse en las ayudas del gobierno (en caso de cumplir con el perfil) o morir de hambre (en un caso último extremo).
Sea cual sea la posición en la que te encuentres la situación general es la misma, nos encontramos aislados, confinados en nuestros hogares, muchos de nuestros derechos se han visto cancelados en pos de un bien mayor, y nos encontramos en un debate interno personal-social.
Mi debate es, ¿hasta qué punto uno tiene que llevar a cabo tales acciones en favor del bien común aun pese al interés propio?. Como los comerciantes que voluntariamente dejaron de trabajar a principios de contingencia pensando en contribuir en la disminución y control de contagios pero ahora se encuentran en situaciones difíciles económicamente y no hay quien los apoye, aun sabiendo que afectaría su económica cerraron sus negocios pensando que sería por un bien mayor.
El gobierno llama a la solidaridad de los ciudadanos aun pese a que el mismo gobierno está actuando como acostumbra, prometiendo cosas que no va a cumplir, en el video Raúl Zibechi nos exhorta a trabajar en colectividad, cancelar las barreras que nos impiden comunicarnos y buscar formas extraoficiales de acción en comunidad con aquellos que tenemos más cercanos, los vecinos y vecinas en nuestras casas, no cabe duda que si las relaciones fueran más estrechas (al menos en mi caso) no estaríamos tan solos y el peso emocional psicológico podría disminuir.
Con el paso de los días siento que divago más en mis escritos como si perdiera la habilidad de hilar mis ideas y aterrizarlas. No siento que me esté volviendo loca pero creo que todos y todas estamos cambiando, me cuesta pensar en la afirmación sobre que el mundo al que volveremos al final de la crisis será otro, primeramente porque siento que buscaremos volver a lo seguro, lo que conocíamos y con lo que estábamos cómodos, pero nosotros no somos quienes deciden aquello.
Este mundo me parece tan sólido que no sé cómo podría cambiar en apariencia, pero no descarto que la organización política, las condiciones económicas cambien, como la indudable crisis a la que vamos y que ya está comenzando.
Lo peor que nos aborda ahora mismo es el miedo, y creo que podría disminuir si no nos tuvieran encarcelados, ¿qué tan necesarias son todas estas medidas de prevención? No las descarto, pero no consigue sacarme esa espina conspirativa imaginaria de que quizá esto sea una especie de terapia de shock para controlarnos de algún macabro modo.
Me convenzo y convenzo a los míos de que esas ideas son absurdas, para no perder la cabeza, para no exponernos, yo creo que la enfermedad existe, lo que me causa conflicto es como nos la manejan, difícil creer en aquellos que siempre nos están mintiendo, manipulando, violentando. Y para nuestra desgracia son lo único que tenemos.
Me abrumaba la idea anterior sobre que quien caiga enfermo morirá por las condiciones precarias del sistema de salud en nuestro país. Ahora solo espero no enfermarme ni contagiar a nadie en esta suerte de ruleta rusa, con los días ese miedo disminuye, no sé si le estoy perdiendo miedo o me mentalicé a estar lista si me pasa, solo deseo no contagiar a nadie y que muera conmigo.
No confío en el gobierno, no confío en las medidas sanitarias de mi hermano que vive conmigo, no confío en las medidas sanitarias de cualquiera que viaje en el transporte público conmigo, en las manos del despachador de la abarrotera, en nadie, no me siento a salvo.
Socialmente estamos divididos, los que piensan que es un cuento y quienes lo tomamos en serio. La pseudociencia nunca había sido tan peligrosa, estoy convencida que el agua de limón no me va a curar, las fake news me atormentan porque hay quien las cree, inclusive yo.

Esta abrumadora reflexión me surgió a raíz de la revision de un artículo de Raúl Zibechi quien nos narra su perspectiva sobre la posición a tomar en esta contingencia sanitaria mundial y una charla complementaria de el mismo sobre este tema desde un enfoque global.


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